"Y le dije con dolor profundo: tu hijo duerme
En dulce calma celestial"
Hace algunos años ya (...) cuando los calendarios no eran muchos en mi vida (...) llegue a la ciudad imperial del cusco. Sin saber que me depararía, sin saber que traería a mi vida los primeros atisbos de esta.
Lo cierto es que la ciudad del Cusco trajo a mi vida y corazón, un sin fin de sorpresas y aventuras. Pero quizás la experiencia más importante fue la que por muchos años deje durmiendo en el tiempo, sin saber que de ellas encontraría mis raíces y la razón de mi vida.
Empezare esta historia contando que en el distrito de Wanchaq, específicamente en la urbanización Tio (quinto paradero) se posa implacable al tiempo, una linda casita hecha de un barro puro (de los adoquines de maestros cusqueños), con pisos de maderos fuertes, tejas implacables (aun defendiendo de las lluvias a sus techos) y más adentro un bello jardín en donde aún florecen las rosas de primavera y en donde se puede ver la majestuosidad del cielo cusqueño.
Mi primera visita me deparo en aquella oportunidad muchas sorpresas. El conocer la vieja cocina (pequeña pero acogedora), sobre la cual habitaban aún algunas sartenes y ollas del tiempo. La sala ( seguro dueña de mil carcajadas y gratas celebraciones) adornada aún con algunos cuadros que pronto me mostrarían mi pasado y futuro, el comedor ya acaecido por el silencio y dos bellas habitaciones que te recordaban que a través de sus pequeñas ventanas más de tres generaciones habían visto el llegar del alba.
Recuerdo notar que la casa manifestaba de manera heroica, las décadas de interminable vació que había soportado en el paso del implacable tiempo. Pero más allá de aquello, recuerdo que no paso mucho para que la misma me fuera contando de a pocos las historias que sobre ella se tejieron. Pero una historia en particular, es la que esta guarda para mi. La historia de Don Juan Cuya Huapaya, mi abuelo, a quien no tuve el gusto de conocer, hasta entonces.
Sin quererlo o quizás como si el destino me guiara de manera profética, encontré sobre una vieja mesa los cuadernos de mi abuelo. Sobre aquellas ya amarillas hojas, se encontraba la historia de mi vida. La historia de mi abuelo.
De tus cuadernos abuelo, descubrí que fuiste guardia republicano de oficio, pero poeta, escritor, pintor, tallador y artesano de corazón, pues habías dejado sobre aquellas hojas la prueba de ello y sobre tus obras la prueba plena de tu arte. Debo decir abuelo, que me sorprendió la caligrafía perfecta que tu mano dibujaba, pero mas allá de ello, lo bello de tus escritos.
Descubrí sin querer, aquel poema que de seguro escribiste con la tinta de tus lágrimas y con la agria inspiración del dolor del hijo perdido. "La cuna vacía", es quizás tu mayor obra y estoy seguro que en algún momento y con la lucha necesaria lograre ocupe el lugar que debe ocupar en la literatura peruana.
La cuna vacía, es la máxima expresión del dolor que no contuvo más tu alma, tras la muerte de tu pequeño hijo. Me conmovió pensar no solo como lloraste por tu dolor sobre ella, sino que además soportaste hidalgamente el dolor que aquello causo a tu esposa, doña Jesus Rivera Rodriguez (mi abuela). No me es posible saber, como el alma puede narrar tan profundamente aquellos hechos, sus solos versos me hacen vivir quizás de manera anacrónica y pensar que aquellos días eran ese día. Aquella cuna vacía, es ahora la razón de mi inspiración y estoy seguro pronto ocupara el lugar de más de un corazón que como el tuyo soporto aquel dolor.
Abuelo, quizás 20 años después de nacer, pude ver por primera vez tu rostro (sobre unas viejas fotos que encontré) , y descubrí lo canela de tu piel, lo grandes de tus ojos, lo grueso de tus labios, lo poblado de tus cejas y lo amplio de tu nariz y orejas (ahora se de donde los míos). De tu implacable parar y sobre todo de la bondad de tu rostro. Me hiciste recordar al verte, a mi padre Juan Cuya Rivera. Quien con un brillo sobre las iris de sus ojos, me contó muchas cosas más de ti, a quien con ímpetu voraz comencé a escudriñar en sus recuerdos.
Me contó que trabajaste como guardia republicano en la vieja cárcel del cusco. Que, como buen guardia republicano fuiste a donde la nación te lo pidió, que tuviste hijos en lima y cusco, que te casaste con doña Jesus, hecho que siempre me llena de orgullo y es que aún me pregunto como tú un hombre nacido en mala, de baja estatura, de piel canela y hombre humilde, conquistaste el corazón de una criolla como doña Jesús, alta (diría mucho más alta que tú), blanca, de rasgos finos y sobre todo bella. Me contaba que no había oficial que tuviera una esposa más bella que ella y a la que orgullosamente llevabas del brazo a cuanto acto público te toco ir. Me contó que siempre vestiste implacable (de seguro por las buenas artes de mujer de mi abuela), que en tus ratos libres te encerrabas en tu pequeña habitación y que sobre ella creaste aquellos cuadros que antes vi en la sala y más aún que los marcos de ellos fueron tallados por tus manos.
Mil historias aún desconozco de ti abuelo, pero de seguro el tiempo me dará espacio para conocerlos. Te agradezco, porque ahora entiendo porque al escribir siento que vivo, porque al llorar se que vale la pena ( pues tus lagrimas forjaron mil historias que hoy se adueñan de mi), porque soy cuya y porque sobre los andes me siento como en casa.
Gracias abuelo, por permitirme conocer tu casa y andar mis pasos por ella. Gracias por lo bello de los versos y por darme la oportunidad de conocerte a través de tu alma, que aún perdura sobre los maderos de sus pisos y sobre los colores de sus paredes.
Dejo finalmente con ustedes "la Cuna Vacía" poema que de seguro pronto será de su predilección y sobre todo que mantendrá vivo por siempre a mi abuelo Don Juan Cuya Huayapa.
LA CUNA VACIA
El poeta a su esposa con motivo de la perdida irreparable de hijo Carlitos.- 27-v-1952.
En mayo cuando las aves
Dejan de cantar
Mi esposa enferma y agonizante
Al hospital a internarse va.
Loayza recibe en su seno maternal
Aquella madre llena de dolor
Porque en la cuna deja su tierno hijo
Al amparo del divino señor
Dos meses tiene, y en pleno invierno,
El infante llora la ausencia de su madre
Porque le falta el seno y el abrigo del ser
Que le daría en un cáliz, toda una vida
Pero aquí surge lo inesperado
El niño de tanto y tanto sufrir
Lleva la misma cruz de su madre
Y en el hospital interno, el no resiste y muere
Día Veinte y siete de mayo
El pequeñuelo duerme en dulce calma celestial
Y en su bella tez de querubín
Se deja ver una sonrisa angelical
La madre no lo sabe, solo
Suspira y llora en su lecho de dolor
Por su hijo que ha dejado
En su cuna sin llorar
Aquí, el padre con el corazón lleno de dolor
Por el sufrir deja en su pálido rostro
Muchas lagrimas rodar
En aquella noche funeral
Ángel inocente que en dulce calma duermes
Tú no recibiste el calor fértil de tu madre
Tú que sufriste el infausto invierno de mayo
A ti te doy hijo mío mi bendición
Y dios en las alturas te bendiga también
Load a el que alabanzas canta
Con música querubinica al divino Dios
Luego como una luz lejana
La ciencia médica triunfa
y la madre de salud ya cercana
se incorpora y lucha volver quiere
a dar a su tierno hijo su abrigo y darle vida
porque es un pedazo de su corazón
Ella no lo sabe solo suspira y llora
por el hijo que ha dejado
en su cuna sin llorar
pero ya el niño duerme en dulce calma celestial
Horas solo faltan para mi hijo ver
exasperada y a la vez contenta
así exclamaba en su delirio
mi Carlitos, mi hijo que tanto lo extraño
¡Pronto muy pronto! Quiero ver a mi hijo
Ya es tiempo que lo sepa
Así me dijo la religiosa
Si dijo también el galeno en voz queda
Y yo tuve con mucho dolor
Aquel fingido silencio romper
Y le dije con dolor profundo: tu hijo duerme
En dulce calma celestial
¿Qué? A muerto mi hijo que tanto Ancio ver?
Si el no pudo resistir y murió ¡por dolor!”
Inclino su cabeza y lloro y lloro de dolor.
Muchas madres que escuchaban el dialogo
Al ver este triste cuadro también vi llorar
Otras consolabanla en su penar
Y con pazos temblorosos y vacilantes
Del hospital salía.
¡Corazón de madre! A su hogar llego
Al ver la cuna vacía “palideció” con
La mano en el pecho como si algo sujetara
Llena de un éxtasis profundo
Pedía consuelo al divino señor
La cuna de su hijo estaba allí como un nido vacio
El pequeñuelo dormía en el cementerio
Y la huella de su cabeza estaba aun sobre
La almohada
Luego como si un milagro surgiera
Se incorporo y dijo: falta ciertamente mi hijo que
Tanto quería volver a ver
Tan tierno te marchaste para siempre hijo mío
Sin que yo te viera partir a tu morada celestial
Sus ojos tornan a su rededor
Y ve a sus dos pequeños hijos
Que también esperaban su regreso
Y pletóricos de gozo se unen en un tierno abrazo
Hoy al ver la cuna vacía
Recuerda al Mártir del sufrir
Y se pone a llorar porque le falta una parte de su amor
Lima 27 de mayo de 1954
Juan Cuya H.