Por: Juan Carlos Cuya Velarde

Por: Juan Carlos Cuya Velarde
muchas historias entretejidas...olvidadas...perdidas

Tras el silencioso recorrido del capullina...se van tejiendo y contando historias en secreto pecado.

Por: Juan Carlos Cuya Velarde


miércoles, 28 de diciembre de 2011

La casa de pepino no es donde vive rapunzel (...)


La casa es chica, pero muy grande para mí. Quizás solo debería vivir en una caja de zapatos, después de todo periquito el bandolero (el de los cuentos) se quedo con ellos.  En donde no encuentre espacio para aburrirme, en donde lo único que pueda hacer es guardarme, cerrar los ojos, apagar la mente y esperar que un  nuevo día empiece. Tendría que ser una cajita de madera, no me la imagino de cartón, ¿pero es que acaso no se hacen cajas  de madera? Creo que sí, les llaman zapateras. ¿Pero cabré en una? No lo creo, soy muy grande para una. ¿Y si me doblo? Naaaa. ¿Y entonces? ¡Ya se! Construiré una caja mas grande, quizás la de los zapatos de un gigante. Aquel que se convirtió en montaña, tras haber intentando robar una princesa, con la única esperanza de verse reflejado en sus ojos (...) aunque sea por una vez. ¡Lástima! Pues como siempre el cuento termina con el bacán y  valiente caballero, quien destruye los sueños del pobre gigante. Que perdió al nacer en un mundo de pequeños sin mujeres para él. Pero bueno al fin y al  cabo termino convertido en la montaña de un viejo y perdido pueblo. ¿No creo que le importe, que me quede con la caja de sus zapatos? después de todo (…) para que le servirían ahora.
Y si en lugar de eso, dejo en paz al pobre gigante. Después de todo le quitaron sus sueños y todavía le quiero quitar su cajita de zapatos. Mejor abandono todo, dejo una carta bajo la puerta, tomo mi mochila, dos trapos para cambiarme y me voy a recorrer el mundo. Viviría de la caridad de la gente, me sentaría en un bar y conversaría con quien pase. Les preguntaría ¿que cuenta? De seguro me contarían mil y unas cosas. Dejaría mi televisor plasma y me olvidaría de las cientos de películas, que reemplazan la compañía que no tengo. Si al final, muchas de ellas solo me aburrieron y otras me hicieron pensar que no estoy hecho para ser parte de una de ellas. Acaso no siento que odio las comedias románticas, donde todo es un enredo (se engañan, se separan, se odian) como es la vida y después al final de todo esos líos (…) siempre terminan con un final en donde  todos se chapan a jennifer Aniston menos yo.
Entonces tomare mi mochila y me iré a buscar el mundo, quizás me una al circo, después de todo ¿que tan difícil puede ser dar de comer a los elefantes? ¿Pero si me come el león? No, mejor no.
Pero entonces, debe haber alguna forma de no seguir aburriéndome. ¿Y si secuestro a rapunzel? y la obligo a vivir conmigo. Después de todo, que tanta diferencia puede haber entre vivir en su torre y vivir conmigo. Así la tendría siempre al llegar a casa (…) jugaría con su largo cabello. Podría demorarme días enteros ayudándola a contar sus cabellos y cuando hubiera terminado, empezaríamos el recuento. Pero claro, solo contaríamos su cabello,  hasta poder dejar de lado el romanticismo y podamos  hacer pequeñas rapunzeles. ¿Pero donde vivirá rapunzel? Acaso solo basta con buscar en facebook, encontrar su inbox y decirle: disculpe princesa, acaso quisiera cambiar su lejana torre por mi pequeña casa.


Bueno que se hace, pepino se quedo con los zapatos, Jennifer Aniston se chapa a todos, menos a mi (...) y Rapunzel…¡ahh! ¿donde vivirá?

Bueno…que más se hace tendré que volver a la realidad, entrar al facebook y preguntarle a la vieja de mierda ¿qué me pasara…? Esa vieja ya sé lo que me dirá: Juan Carlos, deje de andar pensando huevadas  y búsquese una mujer de verdad.

martes, 27 de diciembre de 2011

¡Confieso, que he vivido! (...)Gracias a Neruda


Las horas de trabajar han concluido y por fin, una vez más, la antigua Alameda Bolognesi me da la bienvenida a esta tierra de señoritas y soldados, del caplina y el Tacora. Me recibe entonces el placentero bullicio que provoca el ir y venir por sus largas y antiguas cuadras. Las personas que, cual pasajeros caminan por esta tierra, reviven en sus pasos las historias de aquellas viejas losetas, que tras el concreto guardan  una vida,  nada mas que  el alma de mi tierra.

Estoy cerca al mercado central, aquél que antes llevara el nombre de "La Recoba". Aquel que ve cruzar al silencioso "Caplina" y que empezara a morir tras el terrible incendio, que sus cimientos de barro y arcilla soportaran por aquellos días. 
Encuentro entonces con extrañeza, la presencia de una librería ambulante; de esas que llevan de un lugar a otro cientos de libros.  Decido escabullirme entre ellos y ver entre los títulos, alguno que llame mi interés. La mayoría de libros son de baja calidad y en gran medida con títulos curiosos. Sin embargo en medio de algunas colecciones populares, veo frente a mí un título que llama mi atención: CONFIESO QUE HE VIVIDO, de don Pablo Neruda. Aquel escritor chileno, que en la pileta de alguna vieja iglesia, seguramente recibiera por nombre el de Neftalí Reyes Basoalto.

Tengo entre mis manos su libro y debo empezar por confesar, que aún no he leído  ni siquiera una sola hoja. Sin embargo el título ronda en mi mente durante días,  revolotea una y otra vez sobre mis pensamientos e incluso en los reinos de morfeo deambula. 

"CONFIESO QUE HE VIVIDO" debe contener seguramente, lo mejor de este gran nobel chileno. Y estoy convencido de aquello, pues sólo el título hace que comience por preguntarme si aún quedan cosas por confesar en mi mundana vida. Después de todo he terminado por regalar mi vida en cuentos y diarios sin sentido, que son seguramente malos, pero que me ayudaron a aliviar este camino de sal y azúcar al que llamamos vida.
 
Desde aquella inesperada compra, he terminado (después de mucho) mirando el vacío techo de mi cuarto, nublando mi mente mientras observo cruzar sobre ese vacío, las razones por las que sigo vivo y también aquellas por las que a veces me mantengo muerto, mientras vivo.

Comienzo entonces, aquel acto penitencial al que nos sometemos los humanos cuando la soledad comienza a realizar lo que mejor sabe hacer, deprimirme (…) y me pregunto ¿el porqué de todo? y la resurrección se asoma como una idea loca en el devenir de mi constante inercia. Acababa de morir, me digo y por fin siento que estoy vivo. Y es que es cierto, morí aquel día que entendí que aquel "adiós" era para siempre. También un día, los golpes de la vida, los de Vallejo, me hicieron entender que "tu adiós" se mantendría hasta el último día de  mi efímera y múltiple vida.

Aquel día, en el que por fin volví al lugar en que aquéllo se engendró, comprendí que dibujaste los santos oleos en mi alma y me regalaste la resurrección que tanto esperaba. Tuvieron que pasar seguramente tres años para volver a vivir; pero aquel día con la muerte, me regalaste la vida.

Resurrección, entonces pensaba. Curiosamente en aquel viaje, una Virgencita Cusqueña, aquella que nace de las manos del pintor andino, me susurró al oído: "mi nombre es Virgen de la Soledad"

Me traje entonces entre brazos a "La madre divina de la soledad" y con ella llegó ciertamente la soledad absoluta. Y mi vida, ya compleja, se convirtió entonces en una aparente complejidad. 

De pronto, un  adiós que se repitió una y mil veces en  mi vida. Se escribió por fin, al final del capítulo. Me quedé, entonces, realmente solo y con ello comprendí que a pesar de mi esfuerzo todo había acabado. 

Los días pasan y entre soledad y la vida, aprendí a comprender que la inercia sumada a la soledad "divina" hacen de la vida, más vida. Debo sin embargo “confesar que he vivido", pero que he descubierto, una vez más, lo impredecible del amor. Pues el muerto que yacía enterrado, ha revivido y encontró el soplo de vida en la niña que frente a sus ojos, hace mucho, miraba también los suyos.