Sus alas agotadas
denotaban un largo viaje por el tiempo. Su cabecita era de tres colores y su
cara roja como la arcilla de invierno. Su pequeño cuerpo, blanco con bordes
cobrizos, imprimía su insigne adultez. Aquel peculiar e imperceptible sonido
que lo acompañaba despertó la primera sospecha de aquella inesperada visita.
Se detuvo el
extraño y entrañable mensajero, observó a su alrededor y encontró todo aquello
que alguna vez creyó perdido. Reconoció que aquel a quien venía a buscar era el
destinatario de su mensaje. Dejó de observar todo a su alrededor y fijó sus
negros ojos ante él, y empezó a contarle entonces la razón de su presencia.
El gran
transformador “Pacha Kutiy Inqa Yupanki” me ha enviado, desea volver a hablar contigo.
Dice que ha llegado la hora de “romper el pacto” y de permitirte volver a su
imperio, en lo alto de las montañas. Sabe que tu mundo y el suyo han cambiado.
Que los ríos inundados por lágrimas lluviosas se han secado y que ya no hay
riesgo para ti en él. Romperá el viejo pacto y regresaras a los andes. Deberás
sin embargo dejar para siempre aquella forma animal a la que fuiste condenado,
aquel ser quedara por siempre encerrado
y tomaras esta vez la gracia de sus hijos amados.
Waxcha-“khuyax” [1]
(Amador de los pobres, misericordioso) será tu nuevo nombre entre los runas[2].
Mi dios Pacha Kutiy tiene un nuevo plan para ti: caminaras en su mundo,
compartirás el quichua, pero jamás deberás volver hacia atrás, pues corres el
peligro de chocar con tu alma y caer en mantsakay[3]. Tomaras tus dones y compartirás nuevamente tu
magia con el capulí, las rosas, los ríos, los Apus, y podrás moverte entre el mundo de los aya[4] .
Deberás partir
pronto, pues han pasado tres largos años desde aquel día. Pacha Kutiy te estará
esperando en su montaña más joven, “Huayna Picchu”. Largo y peligroso será el
camino, recorrerás sus tierras entre sus grandes murallas de piedra, oirás a lo
lejos al “rio gritón” y ensordecerás mientras te acerques, retaras los pasos de
viejos generales incas y a la muerte que tanto camino ha ganado a lo largo de
los años.
Caminaras entre
peligrosos gigantes de piedra verde que esconderán a tus ojos la majestuosidad
de su reino, hasta que logres superar los tres mundos que te llevarán a su fin
o al de los tuyos.
Descenderás primero hasta el Uku Pacha (mundo de abajo o
mundo de los muertos) y aprenderás de ellos el conocimiento guardado por siglos,
caminaras entre los hombres por la Kay Pacha (mundo del presente y de aquí) y
si lo logras, entonces encontraras por
fin el camino final, al cruzar “el puente hecho de pelo” y ahí te mostrara ante
tus ojos el Hanan Pacha (mundo de
arriba, celestial o supraterrenal) donde te estarán esperando los dioses
Viracocha, Inti, Mama Quilla, Pachacamac, Mama Cocha y aquellos que
alguna vez te llamaron entre el silencio que aguardo tu triste partida.
Aquel mensajero
había terminado su encomienda al narrar entre sombras y en forma de trinos aquel
tan inesperado nuevo pacto. Se disponía a partir el jilguero andino, sin detenerse
a mirar por última vez al que había sido ungido.
Aquel hombre guardo
silencio durante largos minutos, sus grandes ojos –empequeñecidos- reflejaban
el pedido de que no partiera aún. Su garganta parecía seca y sus labios
quedaron sellados intempestivamente.
Solo su frágil posición hacía sospechar que se encontraba realmente
meditando lo oído. Pedía en aquel silencio un tiempo, un momento para responder
el llamado y saber si en verdad quería
romper el pacto y abandonar para siempre el mundo que había creado lejos del
banquete de recuerdos muertos.
Espero mientras
ello y recordó en un antiguo trino aquellos años pasados. Revivió con su canto,
nostalgias muertas y pérdidas. Incrusto dolor ajeno entre sonrisas lejanas y
agridulces para el alma. El canto se asemejaba a un viejo huayno que narra
viejas guerras del alma que enfrentaron torturas, silencio y soledad. Miro al
que tenía al frente y en su rostro hayo dos sentimientos contrapuestos que
intrigaban cada vez más su esencia. Comprendió al mirar sus ojos que en uno
vivía una tristeza acumulada en el tiempo y en el otro se aferraba a una alegría
de saber que terminaría lo que había empezado.
Partió el colibrí sin
respuesta, pues el tiempo se había acabado. Sin embargo, en silencio repetía:
atrás de las montañas del Vilcabamba hay un gran secreto para ti, ve y
descúbrelo, ve y descúbrelo, descúbrelo, (…)
tenemos los mismos apellidos, qué curioso!
ResponderEliminarAlma Cuya Velarde
Curioso en realidad. bello nombre, Alma. gracias por tu comentario.
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