Aquella que alguna vez se mantenía en constante paz. Hoy se ha visto inundada, por la amarga fragancia que la muerte trae con su paso. Este triste día, nos ha sorprendido con aquello que muchos de nosotros esperábamos se tarde lo suficiente, como para nunca verlo llegar.
Los estruendosos golpes de cañones que trae el viento de los andes. Se van mezclando al unisonó con los tiros de la infantería. Que, se inundan como ráfagas de dolor, en nuestras almas.
Cada minuto que avanza, nos hace entender que la desgracia y tragedia han llegado a nuestra amada Tacna. Algunas mujeres no han soportado la incertidumbre de la guerra y han salido corriendo hacia las alturas del cerro. El terror inunda sus miradas y sus pasos son golpes desesperados en esta tierra cobriza. Tras las huellas de sus pasos queda el dolor de lo que vendrá.
Solo hace un tiempo, aquellos hombres y niños, por los cuales ahora las esposas y madres corren en su socorro. Vivian pacíficamente en esta tierra. Sin embargo, el dolor de la guerra, que no buscamos ni provocamos toco nuestras puertas. Aquellos han partido al llamado de la patria y han dejado sus arados y los juegos de la infancia, por el fusil que la patria les ha encomendado.
Una nube negra se apodera del azul de nuestro cielo y la sombra de la muerte se adueña cada vez más de aquel. Algunos hombres que se encontraban enfermos, en la vieja iglesia de San Ramón, han tomado el camino de la batalla. A paso lento, pero decidido, han ido en ayuda del clamor de sus hermanos.
Solo hace un instante, vi pasar frente a mí: a don Florencio del mármol. Su débil cuerpo, flagelado por él paludismo, no ha sido suficientemente motivo para que su vida se aleje de la guerra. Aquel hombre es digno de admiración. Llego solo hace unos meses desde Argentina y se presento dispuesto a morir por una patria que no es la suya. No se canso de repetir, que no hay nada más propio del mundo, que la paz. Y que aquella es suficiente motivo para luchar. No sé qué destino le reparara. Pues ya no es su cuerpo quien lo lleva, sino su corazón quien arrastra su cuerpo hacia la desigual batalla.
El fragor de la lucha se oye a lo lejos y cada minuto que pasa se ha convertido en el tiempo eterno en nuestros corazones. Sin embargo, las agujas del reloj, siguen avanzando y la ciudad permanece encerrada en la cruel inercia del no poder apalear el dolor de los nuestros.
Es casi las dos de la tarde y el sol se ha teñido de rojo. Seguramente es el reflejo, de la sangre inocente, que se ha regado sobre aquel campo. Las primeras noticias van llegando a la ciudad. Algunos soldados tacneños han venido a buscar refugio en la casa de dios, en la de los extranjeros y en sus propios hogares. Otros como los bolivianos, han salido por siempre de esta guerra. Dicen que la batalla ya término, que no pudimos ganar. Que, el despiadado invasor, esta repasando a cuanto soldado quedo sobre la arena. Que, han inundado de muerte todo haz vida. Que, el destino nos azota sin piedad. Mientras la ciudad aguarda, en profundo silencio, a pesar de estar sumida en el estruendo de la guerra.
A lo lejos, se ve como los hombres de Cáceres y Montero han tomado camino hacia pachia, tratando de salvar lo poco que queda de sus diezmados batallones. Mientras la ciudad implora por la vida de los hombres de Albarracín, de Varela, de Arias Aragüés, de nuestro alcalde Maclean y de aquellos soldados que ya no volverán a casa.
Mujeres llorosas se ven por toda la ciudad, nadie sabe nada a ciencia cierta. Los viejos como yo, muestran en su mirada la impotencia de no poder ir en socorro de los nuestros y los niños acompañan desconsolados el llanto de sus madres. Mientras se preguntan si papa volverá o es que quizás eso jamás ocurrirá.
Los sonidos de los cañones que se oían a lo lejos, ahora cruzan la ciudad de lado a lado. El dolor recorre cada calle de la ciudad, mientras en las alturas se ve el ejército chileno. Cual vencedor, viene a tomar lo que con injusta razón, ahora creerá suyo.
Los que con dolor tuvimos que quedarnos en Tacna, tratamos de esconder a los nuestros. Pues sus fatigados cuerpos han dado todo cuanto la patria exigía. Aunque sabemos, se repondrán y volverán tras aquel destino que nos arrebato la victoria y que el día de la reivindicación llegara, para aquel eterno dolor, que la paginas de la historia nos deberá.
El invasor ha entrado triunfante a la ciudad y las notas de victoria, de su banda de guerra, han traído consigo la sonata del desconsuelo eterno. A su paso incendian y destruyen lo que pueden. La antes imponente calle del comercio, es ahora la calle del flagelo. Buscan a los peruanos, para terminar la tarea de muerte que empezaron. No respetan a mujeres ni niños. Están embriagados en la victoria y roban todo a su paso. Algunos extranjeros están ofreciéndoles dinero y joyas, buscando salvaguardar la integridad de sus familias y mujeres. Mientras a otros no les quedara más que sentir el helado de las bayonetas o el vejamen del invasor.
La ciudad esta vacía y el invasor es hoy el todo poderoso. La mayoría está escondida en su casa. Mientras las mujeres que partieron a las alturas del Intiorko, seguramente ahora estarán viendo de frente los ojos de la muerte. Mientras desconsoladas, piden que haya vida sobre el hombre que yace regado en la arena.
Este 26 de mayo quedara por siempre en mi memoria. Quedara en nuestros hombres el dolor que produce la derrota. Mientras las madres lloraran por siempre la pérdida de sus hijos. La sangre que hoy se derramo por la defensa de la paz, quedara impregnada en los vaivenes del tiempo. Los viejos como yo, quedaremos en el desconsuelo de saber que la vida no nos dará la oportunidad de volver a ver la victoria. Que tanto añoraremos en los días que nos queda por vivir.
Este día recordare a los hombres que dejaron sus campos, a los funcionarios que dejaron sus juzgados, a las mujeres que dejaron su vida por sus hombres. A los niños que abandonaron su infancia, para tornarse en hombres antes de tiempo. A la heroica ciudad que llora cautiva la sangre derramada en injusta afrenta.
El tiempo pasara para este viejo y quizás mis ojos no vuelvan a ver el sol del mañana. Me queda solo pensar: en que un día Tacna resurgirá de sus cenizas y que los nuevos hombres que la habiten recordaran con profundo orgullo lo que un día sobre la pampa del sol ocurrió.
Que, gritaran con el pecho erguido ¡Que viva Tacna! ¡Que viva el Perú! Pues ella es: (...) la tierra de ensueño (...) que supo vencer al destino (...) porque sabe que es fuerza y es luz (...)
Que Dios permita que ello ocurra y que el olvido y la sin razón: “jamás sea el motivo para que los hombres y mujeres que sobre esta tierra vuelvan a nacer, permitan que la indiferencia sea la cripta de concreto que nada resguarde ni que nada vale.
¡Que viva Tacna!
Nota del autor: Esta historia es una recreación de lo que ocurría en la ciudad de Tacna, mientras la batalla se desarrollaba. Escrita en base a datos históricos.
P.D. las imágenes se extrajeron de Internet los derechos pertenecen al Perú.
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