Por: Juan Carlos Cuya Velarde

Por: Juan Carlos Cuya Velarde
muchas historias entretejidas...olvidadas...perdidas

Tras el silencioso recorrido del capullina...se van tejiendo y contando historias en secreto pecado.

Por: Juan Carlos Cuya Velarde


miércoles, 27 de octubre de 2010

Corrupción en la Democracia




        "Corrupción en la Democracia"

"No es sincero quien dice lo que piensa, sino quien actúa de acuerdo a sus pensamientos"

Hace muchos años, cuando apenas era un joven universitario impetuoso, rebelde, directo y soñador (creo que aun lo soy). Tuve la dicha y oportunidad de publicar mi primer y único articulo de manera impresa.

Recuerdo haberlo hecho en la revista de la Facultad de letras y ciencias jurídicas de la UNJBG. Lamentablemente a estos momentos no guardo un ejemplar de la misma y mi memoria ha dejado en el transitorio olvido, el nombre de aquella revista. Aunque si mi memoria no falla: se llamo “Visión Jurídica”. Me parece que lamentablemente  solo se publico un solo número.

Recuerdo que aquella vez escogí un tema que se encontraba con mucho revuelo en el país. Se acababan  de descubrir los Vladivideos. Vladimiro montesinos se encontraba prófugo y el entonces presidente de la republica Alberto Fujimori Fujimori enviaba su renuncia al cargo de mayor importancia política en el Perú, via fax, desde el Japón.

Mientras tanto, aquí en el país, todos trataban de limpiarse del barro y los que se mantuvieron en silencio durante tantos años, salieron a la luz gritando que fueron unos defensores de la democracia en años de opresión.

Por ello, me pareció importante escribir mi primer artículo: al cual llame “Corrupción en la Democracia”.

 Aquel artículo analizaba  aquel tema tan reiterado en nuestra realidad nacional y mostraba como de una u otra manera la corrupción existía en todos los niveles políticos y administrativos.

Lamentablemente comprobé que la corrupción no solo transita los pasillos del estado sino peor aun transitan libremente los claustros universitarios. Veo y vi con tristeza  la corrupción en  mis autoridades. Pero con más dolor vi  la de muchos de mis compañeros: concejales, asambleístas y en menor medida centros federados, compartían crónicamente, aquella vil enfermedad llamada Corrupción.

Aprendí que existen niveles de  corrupción, aquella que no trasgrede derechos humanos (la coima por ejemplo) llamada corrupción blanca, por cuanto es aceptada por la sociedad y otras que atenta contra todo principio moral  y legal (como la malversación de bienes públicos en beneficios propios) que atentan contra la necesidad y derechos de las personas, llamada corrupción negra.

 Entendí entonces que nuestra sociedad era tolerante a ciertos niveles de corrupción. Que los peruanos pensamos: “no importa que robe, pero que haga obras”. Que contamos con alegría que pagamos 10 soles al funcionario para que salga más rápido aquel documento que necesitamos. Que aceptamos que debemos de llenar de regalos al médico que nos atiende, para que nos atienda mejor. Entendí también que no soportamos que se roben la comida de los pobres para llenarse los bolsillos, pero antes nos preguntamos: ¿si podemos sacar provecho de ello?

Bueno un sinfín de cosas entendí con aquel artículo. Hoy quizás después de 7 o 6 años, comprendo que a partir de aquel artículo las cosas aun no han cambiado en el país. Aunque reconozco la honestidad de muchos funcionarios públicos y peruanos que luchan día a día con aquel cáncer en estado terminal, que parece no tener cura.

Recordaba todo esto, por cuanto ayer mientras realiza mi trabajo, me tope con un joven  acompañado de su hermana. Me contaba como a su hermano le habían cortado la cara tan solo por reclamar el sueldo que su tirano empleador le adeudaba.

A decir verdad, no me sorprendía demasiado aquello (pues estamos en el Perú) me sorprendió en demás escuchar que fueron dos policías quienes lo sacaron a patadas de su casa y que además fue un comandante de la insigne  Policía Nacional del Perú quien daño aquel rostro y que con ello no solo corto su cara sino que rompió cualquier esperanza de justicia que este pudiera guardar.

Me conto que aquellos policías le señalaron que como tuvo la insolencia de pretender contraponer su humildad con el dinero de su agresor. Que entendiera que la justicia no es para los pobres. Luego de ello simplemente lo apresaron.

Me conto que luego de horas en la carceleta logro regresar a su casa con la cara cortada y con su integridad vilipendiada (aunque antes trato de volver a encontrar justicia en aquella misma comisaria). Pero para terminar con esta execrable historia, llego a su casa una representante del estado peruano. Una fiscal provincial, esta representante de las garantías personales llego a increparlo y señalarlo como un ladrón por reclamar ante la comisaria que había sido maltratado por otros efectivos policiales.

Esta persona quien tiene el orgullo de personificar a la defensa de los derechos de la sociedad no hizo más que seguir denigrando a aquel peruano, probablemente sin derecho a nada más que soportar el maltrato.

Mientras su tirano empleador le decía en su cara (entre grandes carcajadas) que eso le enseñaría a no meterse con él. Que con el nadie se mete por cuanto tiene el dinero suficiente para lograr la justicia que él considere.

Escuche con impotencia todo aquello. Tenía bajo mi orgullo mi título de abogado y encima de este  la vergüenza de no poder hacer nada por él.

Le contaba y preguntaba a un gran amigo y abogado la razón de mi dolor (debo decir la verdad, quise llorar mientras narraba mi impotencia). Le decía que no entendía como aquel comandante que probablemente gane lo mismo que yo y como aquella fiscal que probablemente gana igual o más que yo. Podía vender simplemente su integridad y dejar de lado todo aquello que representan, tan solo por el vil dinero.

Le preguntaba ¿por qué pasa todo esto? y en verdad me dijo que él tampoco entendía. Me decía que lamentablemente aquella fiscal debe ser una más de aquellos que entraron a la función pública por el desagüe (ni siquiera por la ventana) y que no hacen más que denigrar a todos aquellos que en verdad si trabajan por el Perú y no por sus intereses.

Finalmente termine mi conversación con aquel joven, recepcione su denuncia. Le pedí que acudiera a la defensoría del pueblo (porque aun confió en estos insignes peruanos) y además le aconseje que llevara su caso a la prensa (porque aun creo también en la transparencia de ella) y porque sé que si bien es cierto no logremos mucho (…) quizás toquemos la conciencia de ustedes hermanos y logremos que esta atrocidad pública no vuelva a ocurrir.

Vivo pues en un país en democracia, pero también vivo en un país de corrupción. Solo me queda dejar sentado que estemos donde estemos, no permitamos que el rico abuse del pobre, ni que el pobre abuse de su miseria.


(*) las imágenes  fueron obtenidas de la  Internet, son propiedad de sus autores.

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